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domingo, 29 de abril de 2012

APOLONIO DE TYANA

Opiniones de los antiguos sobre Apolonio
A pesar de que todos aquellos que se interesan, más o menos, por estudios de carácter esotérico hayan oído hablar mucho de Apolonio de Tyana, y de que algunos utilicen algunas de sus técnicas adivinatorias y por lo tanto sea un nombre familiar, desde un punto de vista histórico «oficial», es un personaje desconocido, un «menor que quizás perteneció» a alguna escuela «Pitagórica» y nada más. Existen poquísimos documentos y sobre todo -siempre a nivel de historiografía oficial -es mínima o insignificante.

Apolonio (que vivió en el siglo I d. C.), ha sido y sigue siendo un personaje misterioso ya que son escasísimas las fuentes que hablan de él. De sus obras, sólo permanecen fragmentos de alguna carta o lo narrado por otros escritores, más o menos contemporáneos suyos. Hoy, si uno quisiese ponerse a la búsqueda de informaciones sobre Apolonio, no encontraría nada, ni en los textos de filosofía ni en los compendios de historia de las religiones o de la antigüedad clásica. Quizás, se podría encontrar  en alguna enciclopedia. (Se puede encontrar algo con la voz de «Apolonio» junto a muchos otros como: A. Rodio, A. de Perga, A. de Alabanda, A. Molone, A. el Sofista, A. de Myndus, A. Discolo y el nuestro A. Tianeo a quien vienen concedidas algunas líneas...)

A causa de esta falta de fuentes históricas precisas y definitivas sobre su vida y sobre su obra, es fundamental examinar con detalle las fuentes indirectas, es decir las obras de los escritores antiguos que hacen referencia a él y a su fama y comparar las informaciones.

Ante todo, es necesario decir que en la antigüedad (es decir, en los primeros siglos de nuestra era) Apolonio gozaba de una fama igual o incluso superior, a la de Jesucristo y era el filósofo más célebre del mundo greco-romano. Es suficiente pensar que en el siglo XIII (es decir, mas de 1.300 años después de su desaparición), en Bizancio, fueron fundidas unas puertas de bronce de un templo convertido en objeto de superstición según la Iglesia porque los cristianos de entonces las veneraban, considerándolas consagradas por Apolonio y cargadas con su poder milagroso, al cual aún se dirigían para curaciones y oraciones.

Las opiniones de los antiguos sobre él, a menudo son discordantes sobre todo por su vida retirada (con excepción de su enseñanza pública) y a causa de sus larguísimos viajes, que le hacían perderse de vista por años enteros.

Las referencias más antiguas sobre él, las encontramos en Luciano (escritor griego nacido alrededor de 120 d. C. en Siria), un crítico que en sus obras ironiza sobre un discípulo de Apolonio, como uno de aquellos que lo saben todo sobre la vida y la muerte. Apuleyo, en cambio, contemporáneo de Luciano, en su obra «De Magia», sitúa a Apolonio en el mismo nivel de Moisés, Zoroastro y de los célebres Magos de la antigüedad.

Dione Casio, entre el 211 y el 222 d.C., escribe que el emperador Caracalla levantó un templo en honor de Apolonio. Filóstrato escritor del siglo II d.C., es quien nos da mayor información en su «Vida de Apolonio», escrita hacia el año 216 a petición de Julia Domna, madre del Emperador romano Caracalla e hija de un sacerdote del Sol, en un templo de Éfeso, en Siria. Entre otras cosas Julia Domna -cuenta Filóstrato- guardaba un precioso manuscrito redactado por un compañero de viajes de Apolonio. Sobre este manuscrito se basará Filóstrato para componer su obra: obra de la que se puede extraer la información que aún hoy sirve de base a los estudios sobre Apolonio. De todas maneras su vida fue escrita alrededor de un siglo y medio después de su desaparición. A causa de ello, muchos son los detractores de Filóstrato y de su trabajo.

Existen, sin embargo, -si bien en forma fragmentaria- decenas de testimonios indirectos, citas y referencias, informaciones derivadas de tradiciones orales y de obras que se perdieron con el tiempo (como la Vida de Apolonio escrita por su preceptor, por ejemplo) que confirman la importancia fundamental de este Maestro de la antigüedad y que la historiografía actual ni siquiera considera.

Lampride, escritor del siglo III, nos informa que el emperador Alejandro Severo (222-235) colocó en su lararium (lalario: altar de familia) la imagen de Apolonio junto a la de Cristo, la de Orfeo y la de Abraham.

Vopisco, otro escritor del imperio tardío, afirma que el emperador Aureliano (270-275) dedicó un templo a Apolonio porque se le apareció en sueños, mientras que asediaba Tyana. Vopisco afirma que Apolonio era un sabio «cuya autoridad y renombre son conocidos, es un verdadero amigo de los dioses y entre los hombres no es posible encontrar un ser más santo y más parecido a Dios. Dio la vida a los muertos y sus palabras superaron los poderes humanos» (Vida de Aureliano).

De la misma época son la «Vida de Apolonio» de Soterico (poeta egipcio), y de Nicomaco (escritor griego), ambas se perdieron.

Hacia el mismo periodo Porfirio (en De Vita Pythagorica) y Jámblico en sus tratados sobre Pitágoras y su escuela, hablaron de Apolonio como de una autoridad indudable y unánimemente aceptada (y nos encontramos entre los siglos III y IV d.C.).

Hacia el 305 Jerocle, gobernador de Palmira y de Alejandría, escribió una obra titulada «Aviso sincero a los cristianos», inspirándose en la obra de Porfirio, en lo escrito por Filóstrato y probablemente en la tradición oral y en otros documentos posiblemente desaparecidos, en la que contrapone los milagros de Cristo a los de Apolonio que para Jerocle eran, con diferencia, más importantes. Con esta obra Jerocle quería informar a los cristianos de entonces sobre los milagros, sobre los grandísimos poderes de Apolonio y sobre su enseñanza centrada en la sabiduría universal e inmortal.

Inmediatamente salió en aquel año un tratado del obispo Eusebio de Cesarea, Contra Hieroclem, en el que admitiendo que Apolonio fue un gran sabio y un virtuoso, afirma que aquellos milagros (obra de Apolonio), puesto que no se podían atribuir a la obra de Dios (El cual envió a su Hijo Jesús a hacer los verdaderos milagros), eran con toda seguridad obra del diablo. Obviamente se puede entender que este padre de la Iglesia no podía negar lo reconocido difusamente por la opinión de entonces y por lo tanto acusa a Apolonio de ser un instrumento del diablo. Entre otras cosas conviene saber -para demostrar el poder totalitario que ya desde entonces los llamados Padres de la Iglesia comenzaban a tener sobre todo aquello que tuviese que ver, aunque fuera indirectamente, con la figura de Cristo- la Vida de Apolonio de Filóstrato desde aquel momento era difundida con el apéndice Contra Hieroclen de Eusebio de Cesarea.

Pero otro padre de la Iglesia, Arnobio, hacia finales del siglo lII, sitúa a Apolonio entre los Magos, a la par de Zoroastro (aunque olvidándose de Moisés).

En el mismo período S. Jerónimo escribió de Apolonio en términos lisonjeros; San Agustín, aunque rechazando cualquier parangón entre Apolonio y Jesús, debe constatar que la reputación del Tianeo -en lo referente a su virtud- es superior a Júpiter (San Agustín, cartas).

Otro padre de la Iglesia, Sidonio Apolinar, obispo de Clermont, afirma que es improbable que un historiador pueda encontrar en la antigüedad un filósofo cuya vida sea igual a la de Apolonio.

Hacia finales del siglo IV Eunapio, uno de los maestros de emperador Juliano, escribió que Apolonio más que un filósofo fue intermediario entre los hombres y los dioses. Se podría seguir mencionando Casiodoro (460-575); su contemporáneo Tzetzes gramático bizantino; Xifilino monje del siglo undécimo; del filósofo Cedreno (siglo XI) etc. De todos modos, todos ellos hablan en términos lisonjeros, como de «un sabio que tiene la presciencia de todas las cosas y que tiene el dominio sobre las fuerzas de la natura».

De todos aquellos que han sido mencionados, Flavio Filóstrato es el único escritor de la antigüedad que ha conseguido hacernos llegar su Vida de Apolonio. Todas las obras «vidas» (de las que se tenía conocimiento) se han perdido y permanecen solamente referencias en otros autores o comentarios.

El biógrafo de Apolonio.
Filóstrato (175-245) era un literato que formaba parte del cenáculo de los escritores y hombres de cultura, de los que se rodeaba la emperatriz filósofa Julia Domna, que fue la guía intelectual de imperio romano durante el reino de su marido Séptimo Severo y del hijo Caracalla; los tres estudiaron artes ocultas. Filóstrato escribió su vida a petición de la emperatriz que le entregó como indicio un manuscrito que ella poseía. Julia Domna, esta siriana de estirpe real, hija de un cierto Basiano (que era sacerdote del Sol, en Éfeso) que coleccionaba libros raros de carácter oculto, provenientes de todas las partes del mundo.

Es el mismo Filóstrato, que vivió casi dos siglos después de Apolonio, el que nos informa de la metodología seguida en la redacción de la obra; sobre todo se basará en el manuscrito cuyo autor había sido un discípulo y compañero de viajes de Apolonio de nombre Damis. Este cuaderno de notas (o tablillas) habría llegado a manos de la emperatriz por medio de un pariente del discípulo. Filóstrato, además, dice de haber visitado los principales templos y ciudades de la antigüedad donde había sido huésped Apolonio -repartidos por todas partes en el mundo de entonces-, a la búsqueda de testimonios directos; pero sobre todo de haber consultado personalmente las cartas de Apolonio que pertenecían al emperador iluminado Adriano (que entre otras cosas había sido iniciado en los misterios de Eleusis). Además tenía a su disposición una obra importante con los«Actos de Apolonio» escrita por Máximo de Egeo que había sido preceptor del Tianeo (también esta obra ha desaparecido); y había podido consultar la obra «Ritos místicos concernientes a los sacrificios», escrita por Apolonio (hoy desaparecida) pero que estaba muy difundida en la antigüedad y de fácil acceso, así mismo y con toda seguridad el testamento de Apolonio, escrito en dialecto jónico y que contiene un resumen de sus doctrinas. Todo ello para subrayar que a pesar de que hoy día no exista casi nada de estas fuentes, sin embargo, se puede deducir fácilmente la importancia, el prestigio y el respeto de que gozaba Apolonio entre los sacerdotes, emperadores, filósofos y entre la gente común.

Vida de Apolonio
Apolonio nació en los primeros años de nuestra era en Tyana, Capadocia, en el seno de una familia muy rica. A los catorce años ya había sido admitido por los sacerdotes del templo de Esculapio donde se realizaban curaciones y donde comenzó a profundizar en el estudio de la filosofía pitagórica. A los dieciséis años, dejó a su maestro Eusenio, para seguir a otro maestro aún más grande (como dice Filóstrato) y cambió completamente el tipo de vida: comenzó a alimentarse solo de frutas, semillas y vegetales evitando el alcohol, se vistió solo con lino y caminaba con los pies descalzos. Comenzó a vivir dentro de los templos con la admiración de los sacerdotes y la aprobación de Esculapio.

En breve se hizo famoso por la profundidad y sencillez de sus discursos y por su vida retirada. Cuando tenía veinte años murió su padre (su madre había muerto algunos años antes). Tuvo que regresar a Tyana para atender sus asuntos familiares y la considerable herencia (que dividió con su hermano y con unos parientes pobres). En esta ocasión hizo voto de silencio por cinco años. Decidió someterse a esta saludable disciplina continuando, sin embargo, a viajar por Grecia y Cilicia.

Filóstrato dice que en este periodo aún sin hablar, sólo con la majestuosidad de los gestos y la potencia de su mirada, provocó una revolución. Después de este hecho se pierden sus huellas durante 15-20 años, para volverlo a encontrar en la narración de Damis, el autor del manuscrito de Julia Domna. Filóstrato dice que Apolonio visitó, en aquel período, varios lugares árabes, después Antioquía, los Esenios y los Terapeutas intentando llevar los cultos exteriores a la pureza de las antiguas tradiciones y sugiriendo mejoras en las prácticas secretas de las confraternidades. Era considerado un maestro de la vida oculta consagrado al progreso interior de los discípulos que habían elegido el «Camino».

Sus Viajes
Así pues, Apolonio deja Antioquía y va a Nínive, allí encontró a Damis (hay una laguna, como hemos dicho, de alrededor de 15 años). Damis es un discípulo que no tendrá jamás la posibilidad de entrar en los secretos del Maestro. Cuando Apolonio entraba en los templos, él era siempre excluido, como tampoco fue admitido a los encuentros que se desarrollaban con los sacerdotes de los templos o con los jefes de las comunidades que visitaba.

Apolonio fue uno de los más grandes viajeros de la antigüedad. Examinando brevemente el recorrido de su constante peregrinar: de Nínive fue a Babilonia, donde vivió casi dos años. Después fue a la India, primero a orillas del Ganges, después al Nepal a un monasterio Budista: (está documentada históricamente la existencia de textos sánscritos que relacionan «los ascetas de las regiones occidentales» Apalunya o Damisa (Apolonio y Damis) con Ayareya (larchas) y otros principales de las regiones del norte de la India: cfr. Nakamura Jaime. «Seiyo shisoshi ni okeru etc.» (El budismo en la historia del pensamiento occidental): Tokyo, 1955, Pág. 173-175. Esta es la prueba definitiva, desde un punto de vista histórico oficial (aunque los historiadores siguen considerando a Apolonio un personaje fantasioso y sus viajes con Damis una simple Fábula) de la existencia documentada de sus contactos con el mundo Budista en el norte de la India.

De la descripción de Damis se entiende claramente que Apolonio buscaba cierta comunidad y que éste era el objetivo de su viaje. De lo referido por Damis: «los sabios que visitaron podían ver a distancia, conocían el pasado, podían predecir el futuro y conocían las vidas anteriores de los hombres».

Apolonio partió por tanto para la India y regresó con una misión especial: «Yo me acuerdo siempre de mis maestros viajo por el mundo enseñando cuanto de ellos he aprendido».

De aquí volvemos a encontrar su rastro de nuevo en el Eúfrates, en el camino de regreso, en Babilonia, en Chipre (donde visitó el templo de Pafo dedicado a Venus, importantísimo centro de adivinación por medio del fuego. Aquí Apolonio se detuvo para instruir ampliamente a los sacerdotes sobre sus ritos sagrados), en Antioquía, en Asia Menor, en Esmirna, en Éfeso, en Pérgamo (en el templo de Esculapio donde enseñó a los sacerdotes varias técnicas de curación), en Troya (donde pasó una noche en solitario junto a la tumba de Aquiles); desde allí fue hacia la isla de Lesbos (donde visitó el antiguo templo de los misterios Órficos que había sido un gran centro de profecías y adivinación y tuvo el privilegio de entrar en el recinto sagrado y adytum del templo) y después a Atenas para visitar los templos y reformarlos: llegó en el periodo de la celebración de los misterios Eleusinos y la gente llegó en masa a cogerlo.

Los misterios Eleusinos eran una especie de organización intermedia entre el culto popular y las verdaderas sociedades de enseñanza secreta: los sacerdotes, sin embargo, habían olvidado o abandonado parte de la enseñanza originaria. Era necesario entrar en el corazón de estas sociedades para reformarlas o volverlas a llevar a la pureza original de la enseñanza. En el templo de Esculapio en Egeo, Apolonio pasó muchos años y gozó de profundo respeto y admiración por sus poderes de curación, llegó a ser definido como el «favorito de los dioses».

Después partió para Roma a los templos del emperador Nerón. En el 66 d.C. Nerón había publicado un edicto que prohibía la estancia a todos los filósofos. Apolonio partió entonces para España desembarcando en Cádiz (donde se estableció en el templo de Hércules). Después fue para África, a Sicilia para visitar los principales templos y de nuevo a Atenas, cuatro años después de su última visita.

Desde Atenas parte de nuevo para Alejandría en Egipto, donde tendrá muchos encuentros con el futuro emperador romano Vespasiano (reino del 69 al 79 d. C) y donde tuvo la difícil misión de reformar el rito Egipto (quizás se hospedó en el templo de Serapis). Interesante a este propósito es la discusión que tuvo lugar entre él y el gran sacerdote que le preguntó con cierto desdén: ¿Quién será así de sabio para reformar la religión de los egipcios?, «Cualquier sabio proveniente de la India», fue la respuesta. Después otro importante y misterioso viaje a Etiopia para visitar una comunidad de Gimnosofistas. Llena de interés para nosotros fue la visita que hizo junto a las cataratas del Nilo, en Etiopía, en los confines con Egipto, a una comunidad probablemente copta, llamada por Filóstrato de los «Gimnosofistas» (del griego desnudos, de donde deriva gimnasio), un término genérico que quería designar a los «sabios desnudos» de todo bien externo y dedicados a la búsqueda interior. El motivo por el que Apolonio hizo este viaje eran los lazos olvidados de esta comunidad con la India. Esta comunidad era llamada frontisterion, es decir, lugar de meditación. Resulta difícil, de lo referido por Filóstrato, hacerse una idea más precisa de esta comunidad, sus relaciones con la India en los tiempos antiguos, origen que parecía haber olvidado.

Interesante recordar que en esta misma región han sido hallados en el 1945 los así llamados códigos de Nag Hammadi, trascripción en copto de los evangelios gnósticos datados entre finales del siglo I y del III d.C. (aunque el hallazgo, evidentemente no tiene que ver con Apolonio).

A su regreso de Alejandría -diez años después de haber vivido, probablemente en la mayor parte del tiempo en Etiopía- fue enviado a Tarso para tener un diálogo con el nuevo emperador Tito (reinó entre el 79 y el 81). A su muerte le sucedió Domiciano y Apolonio censuró la obra de este emperador. A causa de su antagonismo, encontrándose en Roma, hacia el año 93, sufrió un proceso del que fue absuelto. Viajó de nuevo a Sicilia, Éfeso, Esmirna, Atenas: de aquí con el pretexto de mandar a Damis a Roma, se perdieron sus huellas y desapareció tal vez a la edad de 90 años.

Apolonio era un verdadero conocedor, por ciencia propia y directa, de los secretos de la naturaleza. Así, los principales milagros que se le atribuyen son casos de profecía, de conocimiento del pasado, curación de enfermedades, de poseídos, donación de la vista y del oído. Cuando conoció a Damis, éste le propuso acompañarlo, en cuanto conocía las lenguas habladas en la India y Apolonio le respondió: «Yo conozco todas las lenguas aunque no haya aprendido algunas». Filóstrato y Damis afirmaban que entendía todos los lenguajes humanos y los de los pájaros y de los animales. Famosa fue la visión, mientras se encontraba en Éfeso, del asesinato del emperador Domiciano en Roma. En todas las oportunidades que se le presentaba insistía, sin embargo, en subrayar que sus poderes no tenían ninguna relación con la adivinación en el sentido vulgar del término, pero si con la «sabiduría que Dios revela a los sabios». Apolonio explica al cónsul y filósofo romano Telesino, que la sabiduría es una especie de estado permanente de inspiración.

Además Filóstrato nos habla mucho de los sueños simbólicos interpretados por Apolonio de importancia premonitoria que tenían y de otros muchos milagros, predicciones e interventos mágicos: como por ejemplo, cuando prisioneros en una torre de Domiciano, para tranquilizar a Damis y hacerle ver que en realidad no eran prisioneros, rompió las cadenas; o cuando hace desaparecer las tablillas sobre las que estaban referidas las falsas acusaciones, durante el proceso intentado por Domiciano contra él, o cuando hizo resucitar una muchacha durante un funeral; o cuando libró de la peste a la ciudad de Éfeso, etc.

Su misión
En aquella época existía una clara y rígida división entre, la enseñanza exotérica y esotérica, entre la enseñanza pública y secreta. Por esta razón la documentación de Filóstrato y Damis tiene lagunas, porque sus referencias se basan esencialmente en eventos externos, aunque importantes y de los cuales se pueden deducir informaciones muy importantes. Los contactos con el budismo, con los sacerdotes egipcios, los viajes por el Egipto profundo a la búsqueda de las comunidades gimnosofistas, etc. nos dan una prueba de la universalidad del conocimiento y del compromiso práctico de Apolonio para llevar de nuevo los misterios a la pureza y esplendor de sus orígenes.

Además Apolonio vive una época de grandes revoluciones y cambios espirituales: los misterios y ritos secretos de los templos de la antigüedad griega, romana, egipcia y de las diversas comunidades que existían entonces (órficos, eleusinos, pitagóricos, esenios; los misterios de Frigia y de Baco, los misterios de lsis, etc.) se encuentran en un momento de profunda crisis causada por la curva involutiva de las culturas de las que eran expresión. Y al mismo tiempo se estaba formando lentamente, pero con fuerza, la estructura totalitaria de la futura Iglesia romana que buscó eliminar no solo todo aquello que consideraba pagano (los misterios y las diversas comunidades) sino también aquello que no era «canónico» (es decir el pensamiento gnóstico de los primitivos cristianos). Apolonio, por tanto, sentía los tiempos y viajó como ningún otro en la antigüedad visitando todos los templos de misterios y las diversas comunidades y buscando llevar la enseñanza a su pureza original, consagrando de nuevo numerosísimos templos y antiguos centros religiosos.

Pero su misión no se limitó a esto: dio gran importancia a los «diálogos filosóficos» con reyes y emperadores. Fue huésped casi un año y ocho meses, de Vardane, rey de Babilonia y fue honrado por el rajá indio Fraote. Tuvo diálogos intensos con los emperadores Vespasiano, Tito y Nerva que fueron entusiastas admiradores. El contenido de los diálogos tenía siempre un carácter moral se refería a los deberes de los hombres sabios de estado que debían ser basados sobre las virtudes de la honestidad, equidad, la humildad y la oración.

Obras
Además de las numerosísimas cartas dirigidas a sus discípulos, a reyes, emperadores, sacerdotes, comunidades y filósofos, hasta nosotros ha llegado noticia (mediante referencias y citaciones fragmentarias) de las siguientes obras:

a. Adivinación por medio de las estrellas (Oráculos), un tratado sobre adivinación en cuatro volúmenes, dificilísima de encontrar también en la antigüedad (ni el mismo Filóstrato pudo consultar una copia) en el que estaba contenida la enseñanza recibida en la India.
b. La vida de Pitágoras (mencionada por Porfirio; Jámblico cita un trozo largo).
c. El testamento de Apolonio: obra consultada por Filóstrato y conservada junto a las letras en el Palacio de Ancio del emperador Adriano.
d. Ritos místicos sobre los sacrificios: obra difundida en los tiempos de Filóstrato, hoy desaparecida; sobreviven algunos fragmentos en los escritos de Filóstrato, Eusebio y Eudocia (mujer del emperador Constantino X y después de Romano Diógenes; en el 1071 se retiró a un convento y compuso un diccionario histórico-mitológico, publicado por primera vez en el año 1781).

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